"El hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando reflexiona"

Hölderlin

miércoles, 16 de febrero de 2011

EL TIEMPO


Muchos dicen que el tiempo es una flecha que camina en una dirección fija, determinada. Pero el tiempo no es una flecha, es un espejo. Espejo tenue que intentamos aclarar para ver nuestro propio rostro y para, sólo así, poder ver el rostro de lo ajeno.

Los que dicen que el tiempo es una flecha siguen los movimientos cíclicos y fijos de un reloj marcado por las horas y creen así que se puede medir un momento, que se puede escatimar una caricia dado el somnoliento designio de la prisa. Pueden incluso utilizar la exacta matemática para cercar el fluir de toda una vida y también para alcanzar lo absoluto, llegando a poder hacer escalas de lo infinito, del espacio-tiempo que habita independientemente de nosotros, transido de un movimiento abrumandor para la estricta linde de un reloj.

Es una concepción cargada de orden y esperanza. Muchos piensan que están fuera de ella pero tanto su vida como su propio pensamiento caminan por sendas estrechamente cercadas, sendas dirigidas hacia delante por los páramos de un mundo milimétricamente ordenado, con flores en las orillas cuya ondulación por el susurro del viento se mide en ecuaciones. Sendas rectas por la recta dirección de la flecha del tiempo.

Pero los expulsados del orden, los desterrados del reino de la esperanza, ya no podemos creer que el universo, que el espacio y que el tiempo se puedan medir. Tampoco la vida misma. Las medidas las hemos puesto los hombres pero el universo no tiene por qué hablar nuestro idioma. Un yo puso un número al mundo y no se dio cuenta de que el yo es intangible, que no sabemos lo que es.

Es aquí donde asoman la cabeza desde el reino de las sombras los que conciben el tiempo como un espejo. Nosotros no medimos las caricias ni los abrazos. Nosotros no contamos las piedras de un camino, las tocamos, y generalmente nos caemos. Y nos levantamos y seguimos caminando, generalmente en círculos o en espirales. Y llevamos constantemente en nuestra frente un espejo cargado de polvo. Nuestra vida es un continuo acariciar el espejo para quitar el polvo y para poder mirarnos a nosotros mismos y al resto. El número nos lleva a conocer, la mirada nos lleva a reconocer, es decir, a comprender. Comprender que hemos nacido y que morimos, y que en ese tránsito es muy posible que el conocimiento sea imposible. Pero cuando miramos al espejo somos mucho más sinceros y también lentos, porque el amor es algo que se hace sin prisa, y amamos, sí, amamos porque no medimos y amamos porque morimos.

Podemos llegar a aceptar la existencia de las horas como estados personales, subjetivos. No son las horas del reloj, son las horas de una vida como los peldaños de una escalera. Una escalera que nos lleva al punto más alto de la torre, allí donde sopla más fuerte el viento, el viento que se lleva el polvo del espejo.

Y el espejo somos nosotros. Nosotros somos el tiempo, y nosotros también somos el viento...

Cuando nos preguntan -¿qué hora es?-
Respondemos -¿en qué hora estás? ¿qué hora quieres que sea?-





en "Libro de sueños".















P. D: Dedicado a todos aquellos que quieren medirlo todo, que pretenden conocerlo todo.
Os convidamos encarecidamente a que arranqueis las agujas del reloj.





Foto tomada por la cósmica Sidonie al reloj de vinyl_chloride. Idea de vinyl_chloride, texto de Marcos Yáñez.
Recordando a Sidonie, ojalá lo vea allí donde esté, en las frías estepas del silencio. Dedicado a Miguel Santamaría.
La reflexión sobre esto corre a cargo vuestro

1 comentario:

  1. Yo también te sigo, y me encanta.

    Creo que el pensamiento está totalmente bifurcado. Los que tiene agujas en el reloj y los que no.


    La cena se acerca :)

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