A una mariposa
En
tramontana
que
hace silbar los hilos telegráficos
y
que los gatos se escondan
o
en brisa
que
acaricia el vientre sereno del mar,
aparezco
llevando
la luz en los días de sol
o
esperando a que la lluvia
se
pierda más allá de las colinas.
En
la ciudad me muevo ajeno a los viandantes,
normalmente
a desgana
aunque
a veces
muevo
el humo de las chimeneas,
me
ensucio y acabo
por
manchar los cócteles
y
levantar las faldas oscilantes.
Ciertas
señales,
las
veletas de los campanarios
y
el aleteo de una mariposa
me
llevaron a la costa
para
sentir que todavía puedo
transformar
las montañas
y
pulir las piedras,
que
todo lo traigo
y
todo me llevo
haciendo
resonar las puertas entreabiertas.
En
mis remolinos y piruetas
entre
el bosque y la playa
he
bailado con una mariposa,
he
acariciado los colores de sus alas,
me
he teñido de ellos
y
he vuelto a mi hermosura originaria
y
a soñar.
Es
ella la que me viene moviendo
entre
acantilados donde temo caer
y
mi destino es seguir soplando
para
que el polen llegue a las rosas.
Desapareceré
en días de entretiempo
como
desaparecen las estrellas
a
la hora del café, sin marcharse jamás,
agazapadas
ante la resignación de la rutina.
Puedo
reposar porque sé que volveré,
porque
no tengo prisa
aunque
a veces la intensidad
de
mi fuerza me altera.
Pero
si me rindo, como las estrellas,
exploto
o me apago.