"El hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando reflexiona"

Hölderlin

jueves, 14 de abril de 2011

LOS SUEÑOS DE TERESA

J.Govett: Mujer durmiendo



            Barcelona, 13 de octubre de 2010, Teresa se halla absorta en sus sueños nocturnos cuando recuerda lo que había estado hablando con su compañero de piso durante el día. Resulta que, en medio de los sueños, en plena actividad onírica, ambos podían establecer comunicación entre sus “yo soñante” y “yo soñado”, algo que el autor de esta crónica no tiene por qué considerar exclusivo de estos dos enigmáticos personajes, pero de lo que sí desea dejar constancia para la posterior corroboración definitiva de parte de entes externos al relato.

            Como veníamos diciendo, Teresa estaba en su cama, orientada al noroeste, sumida en las profundas mieles del sueño relajado y placentero que le proporcionaba su casa, un refugio de paz en el peculiar y ruidoso microcosmos del Raval.

En ese preciso instante Teresa se estaba soñando a sí misma en un blanco infinito, en un espacio sin sombras ni definiciones, en definitiva, en un espacio sin espacio. Al no existir un escenario desde el que desarrollar la acción de su sueño a Teresa le quedaba la alternativa del tiempo (si es que se puede llamar alternativa a algo tan ligado al espacio), la línea sucesiva de sus acciones en el sueño.

            Pero fue incapaz de definirlo, de poner un cuándo donde no estaba definido el dónde, por lo que la Teresa soñada estaba detenida sobre una baldosa hecha de nada, mirando a todas partes, sorprendida y perdida entre ningún sitio –el horizonte en cualquiera que fuera el blanco de su mirada -.

            En ese momento, ante la incapacidad de llevar a cabo su normal itinerario desde el cobijo de sus sábanas, Teresa bajó la mirada con un gesto de preocupación en la cara y miró sospechosamente a su creación, a su Teresa soñada.

-          ¡Eh! –dijo la Teresa soñante -.
-          ¿Qué? –respondió la soñada-.
-          ¿Qué es la voluntad?
-          Lo que tú digas, que para eso eres la que manda.
-          No, lo que tú digas, que eres la que estás ahí.
-          No, lo que tú digas.
-          No, lo que tú digas.
-          No, lo que tú digas.
-          No, lo que tú digas.
-          No, lo que tú digas.
-          No, lo que tú digas.
… …

Después de una larguísima sucesión de idénticas respuestas y ante el aburrimiento atroz que ésta le producía Teresa despertó ya por la mañana, abrió los ojos, se levantó como un resorte y, tremendamente extrañada, se dispuso a llevar a cabo la rutina matutina; puso la cafetera al fuego, visitó el cuarto de baño, abrió la puerta del balcón y regó con esmero los geranios mientras saludaba a la calle luminosa y al resplandor del nuevo día que para ella comenzaba.




En: "Libro de sueños"

 

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