"El hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando reflexiona"

Hölderlin

viernes, 20 de mayo de 2011

ON THE SUNNY SIDE OF THE STREET



 A todos los que la cantaron, gracias.


            En el lado soleado de la calle,
donde los números son ciclos inexactos
y los ángulos vértices de una geometría humana,
donde una esquina representa tu cintura.

Allí donde la penumbra anuncia
que cerca está la luz,
donde el invierno es necesario
para que llegue la primavera
y el lunes a las ocho es el inicio
de una nueva semana de sorpresas.

Donde el abrazo es un saludo al amor
y no una despedida,
donde la nostalgia es un recuerdo dulce
y las lágrimas un licor para brindar por la vida.

Donde la belleza es subjetiva
porque está en los ojos de quien mira
y ser pequeño no es resignarse
sino aceptar el límite.

            En el lado soleado de la calle.

Donde la sangre es una firma y no una herida,
donde la ausencia es libertad
porque quien nada tiene
nada tiene que perder.

Donde una vida malgastada
es una puerta abierta a otra forma de vivir
y donde una vida desgastada
son mil historias que contar.

            En el lado soleado de la calle.

Donde la prisa sólo llega
cuando te voy a ver
y la pereza sólo viene
cuando me tengo que marchar.

Donde amarte sin esperar que me ames
es un acto de heroica hermosura
y tu rechazo el ímpetu necesario para mejorar.

Allí donde basta un rayo de sol entre las nubes
para recobrar la lucidez,
donde recuperamos la simplicidad,
donde cerramos los ojos para ser iluminados
y nuestro único quehacer es estar presentes,
donde vemos un campo de girasoles
cuando nos miramos al espejo.


sábado, 14 de mayo de 2011

LOS SUEÑOS DE AGNES



Después de un gran y engorroso trabajo de documentación que incluye entrevistas a los trabajadores del Parlament de Catalunya[1], lecturas de todas las doctrinas psicoanalíticas y manuales de interpretación de sueños, así como libros de cocina, atlas geográficos y catálogos de fauna, me veo obligado a realizar esta crónica garantizando a los receptores que los hechos aquí relatados son absolutamente fehacientes y que la protagonista es una ciudadana real de Barcelona cuyo nombre he debido cambiar en este trabajo por el temor a las consecuencias que este artículo podría tener en sus relaciones personales. El gran rigor al que fue sometido este laboratorio será accesible a todos los lectores gracias a la publicación total de mi tesis, cuyo punto fundamental es la siguiente crónica, que tendrá lugar en el año presente por la Universidad de Stanford. Llamaré Agnes al sujeto de mi estudio que, por otra parte, no es de fácil susceptibilidad para una ciencia, la mía, que todavía es joven.        
Agnes soñaba con leones, con tigres, con bueyes, pero también con dulces, dulces de leche, dulces de café, de mermelada. Nada tenía que ver con la ordinaria realidad de cualquiera, Agnes vivía en el sueño de un destino configurado por la delicada silueta de un hombre que sólo está hecho de sueños. Y vivía, vivía alegre, vivía espontánea, vivía fugaz, y cuando conocía allá en la calle mujeres u hombres, veía en ellos un animal o un pastel o cualquier tipo de postre.
           Cualquier hombre en la vida de Agnes podía ser simplemente, o afortunadamente, un pastel, de chocolate, o de arándanos, o de miel. También podía ser una cebra, aquel hombre blanco y a la vez negro, aquel hombre salvaje y a la vez tierno, pero siempre misterioso. Y podía ser simplemente un escarabajo que, como tantos, se vuelve una bolita cada vez que los mira, se encierra en sí mismo, se protege. Es normal. Todo animal, ya sea mamífero o insecto, cuando probó los labios de Agnes nunca pudo olvidarlos, siempre en él se mantuvo una pátina que nunca llegará a explicar,  porque es lo que tiene Agnes, no sólo sueña con animales y postres, besa como un tigre dulce, extremadamente dulce, pero tigre, siempre tigre.
Agnes, un día, después de su arduo trabajo como guía en el Parlament de Catalunya, se marchó a su casa como otro día cualquiera, sin más, atravesando el Parc de la Ciutadella, Carrer de la Princesa, Via Laietana, etc. Algo ocurría en ese día y ella lo sabía, Agnes no era un ser cualquiera, tenía una estrecha relación con un hombre peculiar, cuya identidad no desvelaremos en este relato,  que era el encargado de poner el sol por las mañanas en la península ibérica[2]. Y ese hombre, ese día, había puesto el sol, sí, pero eso no era lo único que había en el cielo, ciertas nubes atormentaban una tarde aparentemente apacible, y Agnes, la señora de nuestra historia, lo sabía.
Piel morena, cabello casi negro, cuando se ponía los pendientes de aro grande Agnes parecía una antigua diosa de las paganas divinidades íberas. Y caminaba, quizá nada tenía que ver con ella, pero es capaz de algo de lo que sólo puede conseguir alguien que ama su tierra y es muy grande:  hacer que las calles la sigan, no ser ella quien las recorra sino que las vías transiten por ella, que se tracen las baldosas mientras la dibujan a ella en su seno. Cuando se marcha a su casa siempre va por un camino distinto, y siempre intenta que este camino sea cada vez más hermoso, sobre todo si alguien le acompaña, ya sea ratón o león. Y sean ratones o leones o cernícalos ella siempre muestra su mirada de siempre, su mirada de amante de las cosas del mundo, su mirada amante que, naturalmente, no puede ser otra que su mirada amada.
Y Agnes llegó a casa, y después de su risotto nocturno durmió, y soñó. Y Agnes soñó con tigres con corbata, con leones que bailan vals, con mariposas esperándola apoyadas en las paredes deseosas de ser mordidas, con milanos que a la vez que silbaban tocaban el cajón. Y no sólo eso, las personas que soñaba eran antílopes y también pasteles de nata, o rosquillas o suspiros de azúcar. La fauna que tenía ante sí era dulce y propia de una copiosa sobremesa.
En un determinado momento, ya en la forma convexa del reloj, las mariposas volaron y aletearon sus alas indecisas, las hormigas se escondieron en su pequeña cueva y los escarabajos formaron su pelota, realmente ignorantes ante lo que sucedía, y los antílopes corrieron, detrás los leones, y hubo un movimiento general de pánico que condujo a los transeúntes a sus casas. Quizá fue el león, quizá fue el tigre, pero uno de esos animales empezó a soñar, y tomó a Agnes como objeto de su sueño. Y la vio como hermosa mujer, como hermoso animal, y empezó a perseguirla para cazarla y comerla.
Pero todo era un sueño, ya no se sabía de quien, pero era simplemente un sueño, y todos lo sabían menos Agnes, que no sabía si era el cazador que cazaba o el cazador cazado, que estaba en el sueño que podía ser el suyo pero también el de otro al que ella soñaba. Y el antílope, que había dejado atrás al león después de media hora de sueño, se imaginó a Agnes como un pastel de chocolate, hasta las abejas merodeaban las flores que olían como Agnes. Se estaba rizando el rizo y Agnes perdió el control de la situación, los animales se habían escapado de su jaula. Entonces la protagonista de nuestra crónica consiguió verse soñada, se vio a sí misma como ese pastel de chocolate que el antílope estaba lamiendo y consiguió hacerse consciente de la extrema gravedad de la situación: con cada lamido su pastel, ella, iba menguando, iba haciéndose más y más pequeña, y llegó incluso a concebir la posibilidad de desaparecer comida por el antílope. Se habría acabado el sueño, se habría acabado su sueño devorado por sí mismo, se habría acabado el animal, y el hombre, y también la propia Agnes. Pero la protagonista de nuestra historia es una mujer, o un pastel, o un tigre, a quien no se puede vencer fácilmente ya que se revuelve y se rehace y se crece en contextos de mucha presión. Utilizando todo el poder de su intelecto consiguió comprender la situación y la solución. Consistía en introducirse en el sueño del antílope, soñar al antílope que le soñaba a ella y cambiar su sueño por otro en que ella no fuese un pastel soñado. Pero el antílope seguía lamiendo la bandeja y Agnes era ya muy pequeña. Y todo partía de un sueño primigenio que ya no podía controlar. Sin embargo debía intentarlo antes de verse transformada en nada. Tenía que soñar al antílope de tal forma que éste la soñase como estatua de mármol, o de bronce, o como león. Pero los leones se habían marchado en estampida y el mármol y el bronce son materiales demasiado densos y rígidos como para traspasar el filtro de los sueños, nada riguroso por otra parte[3]. Aún así Agnes lo intentó por todos los medios, no podía hacer otra cosa, luchar hasta su desaparición, sólo ése podía ser su destino aquella noche de soñadores soñados. Y siguió intentándolo pero había demasiados animales que querían comerse el pastel, las abejas[4] previamente mencionadas eran demasiadas y a Agnes no la quedaba tiempo para soñar a cada una soñándola como algo distinto a un pastel, la situación sobrepasó totalmente a una persona tan fuerte como Agnes, estaba siendo ingerida por sus propios sueños. Agnes fue devorada, quedaron restos de ella en algunas migas del pastel abandonado a las moscas.
Tal fue la angustia de Agnes, y el ruido, que se despertó. Estaba totalmente desorientada, se destapó arrojando las sábanas al suelo, estaba completamente desnuda.  Vio que estaba acurrucada en un lado de la cama, miró al otro lado, no había nadie. Entonces lo tocó con la mano izquierda y notó la superficie húmeda y caliente del colchón. Y en ese preciso instante alguien tiró de la cadena.




[1] En esta edición se han querido mantener, en la medida de lo posible, los nombres originales utilizados por el autor en su manuscrito. Nota del traductor.
[2] Es creído o sabido por pocos, pero sí por muchos habitantes de Barcelona, que los días luminosos o grises se deben a la dedicación, desgraciadamente no exclusiva, de una persona encargada de situar el Sol todas las mañanas en el lugar exacto del cielo que le corresponde según el día del año y las variaciones de las órbitas estelares. En mi opinión, el hecho de que sólo determinados habitantes de Barcelona crean esto se puede deber al hecho de que esta persona habite allí, cuya identidad se desconoce por completo aunque el autor de la crónica insinúe indirectamente que sí la conoce. Nota del traductor.
[3] A propósito de la rigurosidad y densidad de los materiales oníricos subconscientes véase la tercera parte de mi estudio El material de los sueños. Nota del autor.
[4] A partir de las doctrinas freudianas Gerard Holstein reveló la particularidad de los sueños de los insectos en su excelso trabajo Interpretación de los sueños en los insectos. F.C.E. Madrid. 1949. Nota del autor.

lunes, 2 de mayo de 2011

MANUAL DE TITUBEOS Y CONTRADICCIONES

  Vincent Van-Gogh: Noche estrellada, 1889.



Nunca sabré si hay vida después de la muerte
pero sí conozco la ligereza y la espontaneidad.
Los licores y las rosas,
las primaveras de instantáneos aromas regalados,
la caricia con que la brisa configura un rostro.
La nacarada sombra en las calles de tu barrio,
crisol de sueños y esperanzadas creencias.
El frescor del mar en tus pies
y sus huellas en la arena de la playa,
quien sabe si las únicas que dejarás en el mundo.
El primer día en que te vi,
improvisada cita con el destino
y la belleza,
la tuya por existir,
la mía por convertirme en alguien mejor.
Mi cuerpo cambiante como un fruto
que desea ser mordido,
el misterio genital de los mares y las estrellas
que es el mismo que nos hace libres.

Nunca sabremos si hay vida después de la muerte,
si existe algo más allá,
firmemos en esta tierra nuestros cuerpos.

El sol que me lava la cara en la ventana matutina
o en el prado verde donde corro y me resbalo,
la mirada del amigo y el gesto del cómplice,
tus ojos tiernos apuntando al deseo de los míos,
la dulzura que me trae y me lleva,
me pierde y me encuentra...
esta ciudad que es la nuestra
y la de todos
y sus calles tiemblan conmovidas ante nuestro abrazo.

Está aquí, estamos aquí,
largo será este manual de titubeos y contradicciones:
hay vida antes de la muerte.