"El hombre es un dios cuando sueña
y un mendigo cuando reflexiona"

Hölderlin

sábado, 26 de febrero de 2011

LA FÁBULA DE ORFEO Y EURÍDICE

SU IRRADIACIÓN EN LA LITERATURA, LA ÓPERA Y LA PINTURA.

El mito de Orfeo y Eurídice es uno de los mitos más conocidos e importantes de la mitología griega y sus revisiones abarcan toda la historia europea. Además de ser una hermosísima historia de amor este mito, a través de Orfeo, muestra el gran poder que la poesía y la música tienen sobre todos los hombres, animales y elementos.
Como nos indica Pierre Grimal[1] sobre la base de Diels-Kranz, fue en la época de Alejandro Magno donde se desarrolló este mito como tema literario pero fue Virgilio, siglos más tarde, quien hizo la versión más completa. La figura de Orfeo es una de las principales dentro de la mitología griega ya que en torno a él surgió una notable tradición literaria y religiosa que se dio en llamar órfica. Incluso, como afirma el propio Grimal <<no se puede decir que el mito de Orfeo no haya ejercido una influencia cierta en la formación del cristianismo primitivo y está atestiguado en la iconografía cristiana[2] >>. Como abanderado de la poesía y la música se creyó también que Orfeo fue antepasado de Homero y Hesíodo.
Pero vayamos propiamente a la fábula que nos ocupa. Eurídice, perseguida por Aristeo, corrió por la ribera de un río y fue mordida por una serpiente que la mató al instante. Orfeo no pudo soportarlo y bajó al Hades para recuperarla con sólo un arma: su lira. Consiguió encantar así a todos los seres del infierno. Como lo narra Virgilio en sus Geórgicas <<quedaron presos de estupor los reinos mismos de la Muerte en la profundidad del Tártaro, y las Euménides de cabellos trenzados con serpientes azuladas, y el Cérbero se quedó con sus tres bocas abiertas y la rueda de Ixión que voltea el viento se paró[3].>> Ante tal muestra de amor Hades y Perséfone devuelven a Eurídice a su esposo con la condición de que éste no la mire hasta llegar al reino de los vivos, pero Orfeo, temiendo haber sido engañado, se vuelve. Justo el momento anterior, cuando Orfeo va a girar la cabeza, es el momento captado por Rubens en su pintura Orfeo y Eurídice

 

               En ella vemos a Orfeo caminando por delante de su amada con los ojos ya casi vueltos completamente hacia ella. Este gesto, junto a la postura de ambos caminando y los pliegues del manto de Eurídice en la inercia del paso, nos hacen tener la sensación de movimiento, una de las grandes conquistas de la pintura barroca que tiene en el maestro flamenco uno de sus grandes exponentes. El cuadro es tremendamente emotivo. Vemos a Eurídice mirando a Perséfone con gesto de complicidad y agradecimiento. Pero Perséfone no quiere mirarles, es por su gran amor por lo que a Orfeo le han devuelto a Eurídice pero así han debido traicionar las leyes de su propio reino, del que nadie puede escapar. Y mirando a su esposa, con ojos llenos de emoción, permanece Hades, estupefacto ante lo que está pasando. Pero el gesto más especial del cuadro es el del propio Orfeo. Es un gesto cargado de temor, no sólo por lo que le ha tocado ver en su descenso a los infiernos sino porque no sabe realmente si Eurídice le acompaña por detrás pero no puede volverse hacia ella y, si lo hace, habrá perdido a su amada definitivamente. Si consultamos el catálogo del museo de Prado, donde se halla este cuadro, encontramos una traición a las fuentes del mito ya que Rubens deshace la tragedia y, tal y como cuenta el catálogo, Orfeo consigue salir con su amada Eurídice de los infiernos y puede cantar su victoria. Vemos aquí varias contradicciones entre el texto de Virgilio y el cuadro. Si a Orfeo le asalta la duda de saber si Perséfone se ha burlado de él y Eurídice no le sigue es porque Orfeo no puede ver ni tocar a su amada. Pero en el cuadro de Rubens parece que su mano izquierda, inclinada hacia atrás, toca la mano de Eurídice o, al menos, sus ropajes. En ese caso Orfeo no habría tenido tanta necesidad del volver su mirada. No hay respuesta para este enigma pero es interesante mostrarlo. Posiblemente Rubens lo hizo así por una mera cuestión de espacio, Orfeo está muy cerca del lado izquierdo del cuadro. Además, justo en extremo izquierdo de su figura, donde está el extremo de su lira, podemos apreciar una línea vertical que atraviesa toda la imagen, y esto puede ser porque Rubens quizá tuvo que ampliar el lienzo en el momento de pintarlo. Pero un análisis minucioso de este problema requiere un estudio especializado de dimensiones mayores que las de este artículo. Lo que está claro es que, desde un punto de vista o de otro, Rubens no sigue el texto de Virgilio.
            Volviendo a la historia en sí, Orfeo pierde a Eurídice al volver su mirada hacia atrás para reconocerla. Intenta recuperarla nuevamente volviendo a las profundidades del inframundo pero << el portero del Orco no toleró más que él cruzase la laguna que se interpone[4]>>. Orfeo debe volver desolado al mundo de los humanos y muestra aquí su lamento más desconsolado: <<¿Qué hacer? ¿adónde se encaminaría después de haberle sido arrebatada dos veces su esposa?, ¿con qué llanto a los Manes, con qué súplicas a otros dioses movería? Ella en llanto navegaba ya fría sobre la barca estigia.[5]>> Este lamento es narrado por Virgilio en tercera persona pero resulta mucho más desgarrador cuando, en primera persona, oímos el canto de Orfeo en la tercera parte de la ópera Orfeo y Eurídice compuesta a mitad del s. XVIII por Christoph W. Gluck a partir del texto de su amigo Raniero de Calzabigi, exactamente en el aria Che faró senza Euridice? 

             Resulta desgarrador para el espectador no sólo porque está en primera persona sino porque el estribillo <<Che farò senza Euridice? / Dove andrò senza il mio ben? / Che farò? Dove andrò? / Che farò senza el mio ben?>> se repite varias veces a lo largo del aria mostrando así la desesperación de Orfeo, que suplica a Eurídice alguna respuesta[6], y renovando así el género de las arias, en especial las “arie di bravura” (en las que se integran las “arie di lamento” como ésta) que habían tenido una estructura mucho más fija en el pasado y que habían acabado por estancarse. Tanto Gluck como Calzabigi eran perfectamente conscientes de ello y lo hicieron intencionadamente. Aquí Orfeo desafía directamente a los dioses y se propone unirse para siempre a su amada Eurídice, esta vez en el mundo de los muertos, mediante el suicidio, al ver que todos sus cantos, como ya nos lo había narrado Virgilio, habían resultado infructuosos después de haber incumplido el acuerdo con Hades y Perséfone.
            La historia de Orfeo y Eurídice, en la versión de Virgilio, es absolutamente trágica y acaba en la desolación. Pero Gluck y Calzabigi, traicionando las fuentes, proponen un final distinto que disuelve la tragedia. Después del lamento de Orfeo, su desafío a los dioses y su deseo de suicidarse, Cupido, apiadándose de él y como recompensa por su inquebrantable amor, resucita a Eurídice y ambos vuelven a su patria. En esta ópera Gluck y Calzabigi no sólo desafiaron a la tradición de la ópera y las arias sino que traicionaron las propias fuentes del mito creando un nuevo final no trágico.
            Dos siglos después de la aparición de esta obra encontramos La lassitude d’Orphée, de Giorgio de Chirico, pintor que tuvo una gran influencia sobre el surrealismo y del que destaca su periodo metafísico.



            Tuvo un gran contacto con las obras de grandes pensadores como Nietzsche y Schopenhauer y con el mundo del conocimiento y la alta cultura en general. Sus obras nos hablan del ser humano en profundidad, en especial, de la capacidad del ser humano para captar y para crear enigmas irresolubles que arrojan luz sobre su propia esencia. En esta pintura ya no vemos el realismo figurativo que veíamos en Rubens pero quizá por esto la imagen resulta mucho más emotiva y plenamente humana. Chirico era consciente de que los mitos fueron creados por el hombre para intentar explicar el mundo pero también al propio hombre y eso es lo que presenta en sus obras, de las cuales muchas son referencia directa a la mitología grecolatina. En La lassitude d’Orphée vemos a Orfeo derrotado, abatido, después de haberse sentado y dejado su lira y los objetos que llevaba en el suelo. Está cansado después de un largo viaje en el que no ha conseguido lo que se proponía y permanece doblado, totalmente solo en este mundo, sin nadie a quien cantar. Por eso su lira está en el suelo, él, el poeta amante, ya no tiene a su amada con él, la ha perdido definitivamente perdiendo así gran parte de su propia esencia y del sentido de su vida. Por eso su rostro está en blanco. Chirico ha recuperado de un modo absolutamente desolador para el espectador el trágico final de la fábula de Orfeo y Eurídice. Nos está hablando del hombre mismo, el poeta amante, capaz de todo por su amada pero sentado solo, sin motivos para seguir cantando.
La figura de Orfeo como poeta amante es la que toma Pierre Ronsard en el último verso de su soneto (Ronsard: Sonnets pour Hélène, II 40). 

Laisse de Pharaon la terre Egyptienne,
terre de servitude, et vien su le Jourdain:
Laisse moy ceste Cour et tout ce fard moundain, 
ta Circe, ta Serene, et ta magicenne.

Demeure en ta maison pour vivre toute tienne, 
contente toy de peu: l'âge s'enfuit soudain.
Pour trouver ton repos, n'atten point à demain:
N'atten point que l'hyver sur les cheveux te vienne.

Tu ne vois à la Cour que feintes et soupçons;
Tu vois tourner une heure en cent mille façons; 
tu vois la vertu fausse, et vraye la malice.

Laisse ces honneurs pleins d'un soin ambitieux,
tu ne verras aux champs que Nimphes et que Dieux,
je seray ton Orphée, et toy mon Eurydice.

 En este poema Ronsard, grecista heredero del estilo petrarquista, habla de la falsedad, los engaños y los vanos lujos de la vida en la corte donde estaba su amada Hélène y le pide que se retire a una vida sosegada en los campos para que sea ella misma la que tome las riendas de su vida y se haga virtuosa fuera de las excentricidades de la aristocracia. Es un lugar común de la poesía del Renacimiento, el tema del Beatus Ille, que encuentra precisamente en Virgilio uno de los referentes principales. Allí, en ese bucólico[7] lugar, <<je seray ton Orphée, e toy mon Eurydice[8]>>. Él será Orfeo, el poeta que cantará para siempre a su amada.
Es un detalle digno de mención el hecho de que el propio Ronsard se basó en Virgilio, en este caso en la Eneida, para crear un poema que no logró acabar. De la misma forma que el poema de Virgilio narra el viaje de Eneas desde Troya hasta Italia, donde acabó fundando Roma, para dotar a Roma de un pasado épico ligado a la cultura helénica, Ronsard, por encargo del rey Carlos IX, intentó vincular el origen de la Francia de los Valois a la guerra de Troya. Así, en la Francíada, Ronsard narra el viaje de Astianacte, hijo de Héctor, hasta la Galia donde, en honor de su tío Paris, funda París y establece las bases sobre las que se funda la Francia moderna.
            Pero si Ronsard destacó por algo fue precisamente por ser también él ese poeta amante. Amores es una colección de sonetos en honor a Casandra Salviati inspiradas en Píndaro y Petrarca. La Continuación de los amores está escrita en honor a Marie Dupin, una muchacha de quince años que conoció en 1555. En 1558 escribió los Sonetos de amor dedicados a Sinope y en 1574 aparecieron los célebres Sonetos para Hélène, dedicados a Hélène de Surgère.
            Y es que si algo ha quedado como permanente de la fábula de Orfeo y Eurídice en la cultura occidental es la figura de Orfeo como poeta amante capaz de todo por su amada, el poder del amor para realizar gestas heroicas o los más bellos cantos y el poder del arte, en particular de la música y la poesía, para embelesar, calmar o transportar a todos los seres vivos a un mundo diferente, no lejano al mundo real pero sí cargado de unos matices muy distintos, los matices que sólo estas dos artes pueden crear. Fueron precisamente los latinos quienes dijeron que “la música amansa las fieras”. Y, como todos los mitos, resulta siempre vigente. Porque el mito fue construido por el hombre para el hombre y, en la medida en que habla de éste y le muestra un modo de explicar el porqué de las cosas, seguiremos recurriendo a los mitos para hablar de nosotros mismos.



[1] Grimal, Pierre: Diccionario de mitología griega y romana (1951). Págs. 391-393. Paidós. Barcelona. 2008.
[2] Ibid.
[3] <<Quin ipsae stupuere domus atque intima Leti / Tartara caerulleosque implexae crinibus angues / Eumenides, tenuitque inhians tria Cerberus ora,/ atque Ixionii vento rota constitit orbis.>> Virgilio: Geórgicas, Libro IV, 481-484.
[4] <<Nec portitor Orcii / amplius objectam passus transire paludem.>> Virgilio: Geórgicas. Libro IV, 502-503.
[5] <<Quid faceret?Quo se rapta bis conjuge ferret? / Quo fletu Manes, quae numina voce moveret? / Illa quidem Stygia nabat jam frígida cymba.>> Ibid: 504-506.
[6] <<Euridice. Euridice. Rispondi. Rispondi…>>
[7] Utilizo aquí el término bucólico para hacer referencia a las Bucólicas de Virgilio donde, junto a las Geórgicas, ensalza la vida pastoril fuera de los vicios de la aristocracia urbana. En el caso de la poesía española del Renacimiento el ejemplo paradigmático de Beatus Ille lo encontramos en las Églogas de Garcilaso.
[8] Ronsard, Pierre de: Sonnets pour Hélène, II, 40, verso 14.

viernes, 25 de febrero de 2011

EN UN OTOÑO ANTIGUO



            En un otoño antiguo de sombras deslizadas
la canción era un hosco poema sin autor
y volaba sobre nuestras cabezas
como humo de cigarros consumidos
y era un manifiesto de tallos sin raíz.
En un otoño antiguo
el sudor se movía entre los cuerpos
y el claroscuro en que bailábamos
era el escenario perfecto
para danzar sobre el absurdo.
Ya no servían las rosas hindúes,
quizá el vino o algún licor más potente,
en un otoño antiguo
disfrutábamos del sinsentido
de sabernos libres esa noche
y solos por la mañana,
de tararear ese pop famoso y horrible
por sentirnos parte de un pueblo inexistente.
En un otoño antiguo
de sombras deslizadas
y ceniceros llenos
éramos muy jóvenes
y la resaca no importaba
como tampoco era importante el milímetro que nos separaba,
distancia eterna ahora que llegaron las nieves,
ahora que no eres más que esa sombra deslizada,
una figura desdibujada
y ausente.




en "Manual de titubeos y contradicciones".

viernes, 18 de febrero de 2011

PROBLEMAS DE PESO O LA LEVEDAD DEL SER



Ni la del cuerpo, ni la del alma,
tampoco creo en dualismos.
Es cierto que muchas veces no soportamos la levedad
pero la verdad es que por mucho que lo intente
no puedo dejar de ser ligero
e impedir que el viento o los días borren mi figura del mapa.
En el pesaje de un púgil no llegaría a peso pluma
por lo que estoy descartado para competiciones de cualquier tipo
en las que se exija una fuerza bruta.
La libertad no pesa,
lo que pesa son los actos libres y sus consecuencias
que, junto con otros actos inintencionales,
nos pueden llevar de camino al limbo.
Por eso, en una libre determinación,
he pensado que el problema no es mi peso o mi levedad
sino la unidad de medida,
el sistema métrico no me hace justicia.
Utilizaré otro.
Si partimos de la base de que soy un tipo bastante dulce
–sobre todo al despertar-
pero tengo la boca roja
entre otras cosas por el humor ácido
mi peso medio base sería de 34117 Draculines
–previamente extraídos del envoltorio-.
Cierto es que debo tener en cuenta
que soy un gran consumidor de café,
podría asegurar casi con certeza
que el café con leche representa el 10 por ciento de mi peso total,
lo que nos llevaría a contabilizar 1870 Solanos de café
que vendrían en detrimento de los Draculines.
Pero soy un amante de los placeres de la vida, de la hermosura y la dulzura,
un hedonista desmesurado
–lo cual explica la contradicción inherente a mi vida-
por lo que podemos deducir
que la quinta parte de mi cuerpo son caramelos de cereza,
un total de 2367.
Sin embargo últimamente veo las noticias y leo los periódicos
lo que me lleva a pronunciar graves insultos e improperios
y a reducir drásticamente mis niveles de dulzura
por lo que el volumen de caramelos de cereza quedaría en 1775,
el 15 por ciento de un total
en el que los Draculines también han sufrido pérdidas.
Ahora bien,
ayer me besaron,
-bienvenida sea la miel de los Werthers original-
 luego me desnudaron como quien quita el papel a un caramelo
e hicimos el amor
lo que vuelve a elevar exponencialmente los niveles de cereza
con un descenso proporcional de los de café
-¡el amor no pesa pero joder lo que cansa!-,
junto a ciertos estupefacientes es el mejor remedio contra el insomnio.
Con lo cual,
por establecer un baremo medio
y con un margen de error o desviación momentánea
de 32 Draculines, 14 caramelos de cereza, 12 Solanos de café
y desgraciadamente demasiados Werthers
mi peso medio total queda así en
23882 Draculines, 2130 caramelos de cereza, 1496 Solanos de café, 103 Werthers original,
3 espirales de humo y 2 copas de vino.
Y todas estas cifras para alcanzar la ridícula cantidad de
58 de los tradicionales kilos.
A lo que iba,
que la levedad es algo grave
dependiendo del punto de vista del que se mire.




En "Verdades necesarias, verdades ocultas y otras mentiras"


Con primavera en los ojos y dulzura en la boca.

miércoles, 16 de febrero de 2011

EL TIEMPO


Muchos dicen que el tiempo es una flecha que camina en una dirección fija, determinada. Pero el tiempo no es una flecha, es un espejo. Espejo tenue que intentamos aclarar para ver nuestro propio rostro y para, sólo así, poder ver el rostro de lo ajeno.

Los que dicen que el tiempo es una flecha siguen los movimientos cíclicos y fijos de un reloj marcado por las horas y creen así que se puede medir un momento, que se puede escatimar una caricia dado el somnoliento designio de la prisa. Pueden incluso utilizar la exacta matemática para cercar el fluir de toda una vida y también para alcanzar lo absoluto, llegando a poder hacer escalas de lo infinito, del espacio-tiempo que habita independientemente de nosotros, transido de un movimiento abrumandor para la estricta linde de un reloj.

Es una concepción cargada de orden y esperanza. Muchos piensan que están fuera de ella pero tanto su vida como su propio pensamiento caminan por sendas estrechamente cercadas, sendas dirigidas hacia delante por los páramos de un mundo milimétricamente ordenado, con flores en las orillas cuya ondulación por el susurro del viento se mide en ecuaciones. Sendas rectas por la recta dirección de la flecha del tiempo.

Pero los expulsados del orden, los desterrados del reino de la esperanza, ya no podemos creer que el universo, que el espacio y que el tiempo se puedan medir. Tampoco la vida misma. Las medidas las hemos puesto los hombres pero el universo no tiene por qué hablar nuestro idioma. Un yo puso un número al mundo y no se dio cuenta de que el yo es intangible, que no sabemos lo que es.

Es aquí donde asoman la cabeza desde el reino de las sombras los que conciben el tiempo como un espejo. Nosotros no medimos las caricias ni los abrazos. Nosotros no contamos las piedras de un camino, las tocamos, y generalmente nos caemos. Y nos levantamos y seguimos caminando, generalmente en círculos o en espirales. Y llevamos constantemente en nuestra frente un espejo cargado de polvo. Nuestra vida es un continuo acariciar el espejo para quitar el polvo y para poder mirarnos a nosotros mismos y al resto. El número nos lleva a conocer, la mirada nos lleva a reconocer, es decir, a comprender. Comprender que hemos nacido y que morimos, y que en ese tránsito es muy posible que el conocimiento sea imposible. Pero cuando miramos al espejo somos mucho más sinceros y también lentos, porque el amor es algo que se hace sin prisa, y amamos, sí, amamos porque no medimos y amamos porque morimos.

Podemos llegar a aceptar la existencia de las horas como estados personales, subjetivos. No son las horas del reloj, son las horas de una vida como los peldaños de una escalera. Una escalera que nos lleva al punto más alto de la torre, allí donde sopla más fuerte el viento, el viento que se lleva el polvo del espejo.

Y el espejo somos nosotros. Nosotros somos el tiempo, y nosotros también somos el viento...

Cuando nos preguntan -¿qué hora es?-
Respondemos -¿en qué hora estás? ¿qué hora quieres que sea?-





en "Libro de sueños".















P. D: Dedicado a todos aquellos que quieren medirlo todo, que pretenden conocerlo todo.
Os convidamos encarecidamente a que arranqueis las agujas del reloj.





Foto tomada por la cósmica Sidonie al reloj de vinyl_chloride. Idea de vinyl_chloride, texto de Marcos Yáñez.
Recordando a Sidonie, ojalá lo vea allí donde esté, en las frías estepas del silencio. Dedicado a Miguel Santamaría.
La reflexión sobre esto corre a cargo vuestro

lunes, 14 de febrero de 2011

LA ROCA DE SÍSIFO


            << Los dioses condenaron a Sísifo a empujar eternamente una roca hasta lo alto de una montaña, desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Pensaron, con cierta razón, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza.>>[1]
            Albert Camus vio en Sísifo la entera condición humana. Mi propósito en esta breve exposición es mostrar, a partir de la comprensión de las líneas fundamentales del pensamiento de Camus, de qué está hecha la roca de Sísifo, cómo podemos interpretarla, y para ello me basaré en el ficcionalismo mostrado por Nietzsche ayudándome de un texto representativo de su pensamiento,  Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula[2].
            Muchos han hablado de Albert Camus como un literato y pensador existencialista, algo con lo que él nunca estuvo de acuerdo aunque mantuvo una gran relación con pensadores como Jean Paul Sartre o Martin Heidegger. Su filosofía parte también de la existencia como tema central pero tanto su análisis como sus conclusiones se alejan bastante de los de Kierkegaard, Jaspers, los fenomenólogos, etc. Si tuviésemos que definir el pensamiento de Camus en una palabra habría que pensarlo como absurdismo, pero esto no es su punto de partida sino su punto de llegada. La existencia humana no es absurda, lo absurdo no es una condición ontológica del hombre sino epistemológica, es decir, que lo absurdo es la relación que el hombre mantiene con el mundo en su necesidad de comprenderlo. El hombre es un ser solitario que nace en un mundo que desconoce y que no entiende pero necesita comprenderlo para poder vivir en él y para comprenderse a sí mismo. Pero existe una barrera que no puede superar y ésta es la opacidad del mundo. Lo absurdo es un equilibrio entre la razón que intenta explicar y la irracionalidad del mundo que hace imposible la explicación. Éste siempre se muestra como algo inabarcable, demasiado vasto para la capacidad que el hombre tiene de conocer. Todo lo que el hombre puede hacer es construir distintas formas de acercamiento y conocimiento de una realidad ajena a él, debe construir ficciones, discursos que intentan explicar el mundo y que se manifiestan en las distintas formas de religión, ciencia, arte y filosofía. Desde la antigua Grecia el hombre occidental ha construido diversos sistemas o “castillos” del saber y con ellos ha creído encontrar la verdad o, al menos, un método para hallarla y para ordenar el mundo. Pero siempre ha aparecido un elemento de oposición, una contradicción a la que el sistema de saber no podía hacer frente, algo que hacía que el castillo se derrumbase por su propio peso. Y esto ocurrió a lo largo de toda la historia. La razón suplantó al mito en la antigüedad en su ambición por explicar el cosmos y sus orígenes. Después la propia razón creó discursos que la contradecían consigo misma y mostraban su incapacidad para explicar el universo y la vida. Y, al final, todos los sistemas de saber cayeron por su propio peso.
            En la destrucción de todos estos sistemas representó un papel fundamental el pensamiento de Friedrich Nietzsche (1844-1900), del que incluso se podría afirmar que marcó un antes y un después en la historia del pensamiento occidental. En Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula Nietzsche nos habla de la historia de la filosofía occidental desde Platón. El problema fundamental, lo que el clasifica como la “historia de un error” es el hecho de que desde Platón se diferenciase entre dos mundos, el mundo verdadero de las ideas y el mundo sensible de las apariencias. En el primer punto de este texto Nietzsche habla de cómo el mundo verdadero, el que está detrás de las apariencias, es algo inteligible, que sólo se puede contemplar desde un punto de vista intelectual. Después, con el cristianismo, este mundo verdadero queda como algo <<prometido al sabio, al piadoso, al virtuoso (al pecador que hace penitencia)>>[3] y se aleja así de la vida cotidiana de los hombres, se hace el ansiado “reino de los cielos”. En el tercer punto, sin mencionarlo, habla de Kant y de su concepción de este “reino de los cielos” (desde otras perspectivas Dios o el sentido de la existencia humana) como un fin moral del hombre, aquello a lo que el hombre llegará después de tener una existencia virtuosa basada en la moral, una moral no ya tan cristiana sino más autónoma.
            El gran error del que habla Nietzsche es el hecho de que la filosofía occidental haya creado, mediante la razón y el lenguaje, un mundo verdadero que está más allá del mundo de la vida[4], del mundo cotidiano en el que vivimos todos los días. Dicho en otras palabras, haber creado una ficción mediante el lenguaje y haber creído que esa ficción era la verdad (en esto consistía el nihilismo). He aquí una de las claves de pensamiento nietzscheano que nos permitirá comprender de qué puede estar hecha la roca de Sísifo, y ésta es la concepción que el alemán tiene del lenguaje.
            Nietzsche tiene una concepción del lenguaje que toma de la antigua concepción de la retórica que tenían los griegos. El lenguaje es un poder que tiene el ser humano y del que carecen el resto de seres, un conjunto de figuras, expresiones que manifiestan cómo afecta el mundo al sujeto. Todo lenguaje es figurado y todo discurso es retórico porque las palabras no son signos sino metáforas. El estilo artístico a la hora de hablar no engaña porque reconoce su carácter figurado, afirma “ficcionar” la realidad,  al contrario que el estilo “dogmático”, que niega tal ficción pero la lleva a cabo igualmente.
            De esta forma se invierten los valores de “creer y “saber”. Para Nietzsche lo más primario del hombre, su núcleo vital, es el instinto. Razón y saber son algo derivado de un instinto que genera creencias como primer momento del conocimiento, fabulaciones e interpretaciones de la realidad: creemos que la realidad es tal y como nos la figuramos a través del lenguaje. Las figuras son la esencia del lenguaje y éste es una fuerza que no pretende instruir sino expresar, es una doxa (no episteme) que tiene que ver con las sensaciones que generan las cosas en los individuos. Y esto engendra creencias, no esencias ni conocimientos.
            En definitiva el hombre, mediante el lenguaje, tiene la capacidad de crear ficciones que expresan sus creencias sobre el mundo pero estas ficciones no tienen por qué corresponderse con el mundo en sí o con la realidad, que son cosas que el hombre no puede abarcar ni concebir desde el punto de vista de un observador externo. Volviendo a Camus esto revela lo absurdo en la existencia humana. La razón surge del instinto que empuja al hombre a intentar entender el mundo, y es su gran arma, pero después de las evidencias se muestra absolutamente incapaz de comprenderlo. Es en este punto donde hace una crítica feroz a Chestov, Kierkegaard, Husserl y los existencialistas afirmando que cada uno de ellos, de forma distinta, da un salto hacia distintas formas de trascendencia que le hace superar la nostalgia de unidad. El hombre absurdo también siente esa nostalgia de unidad, esa necesidad de encontrarse con el todo para encontrar así su lugar, pero no está dispuesto a saltar más allá de lo que sabe o tiene por evidente.            << Existe un hecho evidente que parece enteramente moral: un hombre es siempre presa de sus verdades. Una vez reconocidas, sería incapaz de desprenderse de ellas. No hay más remedio que pagar. Un hombre que cobra conciencia de lo absurdo queda ligado para siempre a él[5]>>.
            Este hombre que cobra conciencia de lo absurdo es Sísifo cuando baja de la montaña, el Sísifo sonriente del que habla Camus en la última parte de su ensayo. Sabe en qué consiste su tortura, sabe que no recuperará esa unidad originaria y acepta su destino sin juzgarlo. Ama la vida, esta y no otra porque no conoce otra[6]. El ser humano fue condenado a pasar toda la eternidad subiendo una gran roca a sus espaldas hasta la cima de una montaña. Mi propuesta es interpretar la roca de Sísifo como una roca hecha de ficciones. Estas ficciones son los distintos tipos de discurso, ya sean filosóficos, científicos, artísticos o religiosos. Es aquí donde propongo insertar el texto de Nietzsche como un ejemplo paradigmático de cómo se crean estas ficciones para entender de qué está hecha la roca de Sísifo. El hombre necesita construir estas ficciones para entender el mundo y responder a la pregunta “Quién soy”. La construcción de estos discursos representa el ascenso de Sísifo por la ladera de la montaña. A punto de acabar el “castillo”, a punto de cerrar el círculo y responder definitivamente a sus preguntas, aparece ese elemento de contradicción que derriba el castillo e impide cerrar el círculo. La cima de la montaña es el territorio del abismo, cuando Sísifo intenta encajar la roca y dejarla allí para siempre, la montaña escupe su roca y la manda al fondo del valle, la cima no es plana, es demasiado arisca como para que la roca de Sísifo quepa en ella. Ante esto sólo hay tres soluciones posibles: el salto hacia una trascendencia desconocida que nos devuelva el regocijo y la sensación de unidad; la desesperación absoluta; o la aceptación de que es necesario bajar de nuevo al valle para volver a cargar con la roca. Sísifo, el héroe absurdo, ha aceptado su destino, ha aceptado que no podrá responder a la pregunta “Quién soy” porque muy posiblemente esta respuesta no exista, y ha aceptado que tiene que vivir con esta pregunta sin respuesta tatuada en su pecho. Por eso sonríe en el descenso, está solo pero ha aceptado el desafío de vivir en un mundo sin seguridades y es plenamente consciente de ello. <<Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la amplitud de su miserable condición: en ella piensa durante el descenso. La clarividencia que debía ser su tormento consuma al mismo tiempo su victoria[7]>>. Sólo hay una certeza: la muerte que a todos nos llegará algún día. Sólo hay un escenario: este mundo en el que vivimos todos los días. Las armas, el instinto y la razón. El objetivo, ser felices en este mundo y no en otro que esté más allá y que no conocemos. En la conciencia de su trágico destino y de su lucha absurda Sísifo, el hombre, afirma su grandeza. Por eso hay que imaginarse a Sísifo feliz. <<¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre recupera su fardo. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin dueño no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esa piedra, cada fragmento mineral de esa montaña llena de noche, forma por sí solo un mundo. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz[8]>>.


[1] Camus, Albert: El mito de Sísifo. (1942). Pág. 155. Alianza editorial. Traducción de Esther Benítez. Madrid. 2006.
[2] Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula. En Nietzsche, Friedrich: Crepúsculo de los ídolos. Págs. 57-58. Alianza editorial. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid. 2004.
[3] Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula. En Nietzsche, Friedrich: Crepúsculo de los ídolos. Pág. 57. Alianza editorial. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid. 2004.
[4] Es precisamente después de Nietzsche cuando “el mundo de la vida” se vuelve un problema fundamental de la filosofía a principios del s. XX con autores como Husserl, Bergson o Simmel.
[5] Camus, 1942. Pág. 47
[6] Esto está perfectamente ejemplificado en el personaje de Mersault, protagonista de El extranjero.
[7] Camus. 1942. Pág. 158.
[8] Ibid. Pág. 160.